sábado, 25 de mayo de 2013

Princesas de cuento.


¿Recuerdas cuando eras pequeña y creías en los seres fantásticos? Cuando uno de nuestros mayores sueños era vestirnos como las princesas de los cuentos. Cuando pensábamos que algún día alguien llamaría a nuestra puerta vestido de príncipe azul y nos invitaría al baile que organizaban sus padres, los reyes del reino. Y que nos imaginábamos a nosotras mismas vestidas de princesas, con largos vestidos de can-can y con guantes de seda cubriendo los brazos hasta el codo. Con unos pequeños tacones y que, quizá, tu príncipe te pondría tu zapato de cristal en el pie, tras habérsete caído a medianoche en el palacio.

La gran mayoría nunca llegará a ser una princesa como las de los cuentos que leíamos. Y, en caso de que alguna llegase a princesa, estoy segura de que no sería la clase de princesa que se había imaginado con tan solo, ¿seis años? Pero, seas o no una princesa, nunca está de más jugar a imaginar.

Independientemente de que sea una princesa o no, a mí, ahora, me gusta seguir recordando de vez en cuando  aquel tiempo en el que las hadas, las princesas y demás seres fantásticos nos mantenían ocupadas la mayor parte del tiempo.

sábado, 11 de mayo de 2013

Lágrimas desordenadas.


Que no, que a mí no me va eso de llorar, de derrochar lágrimas por aquel que no se merece ni una gota de agua. Pero, desgraciadamente, hay veces que pueden con nosotros y casi sin darnos cuenta tenemos los ojos húmedos y del color de la sangre.

Y aun sabiendo que la gran mayoría de las veces no sirve de nada, pues las personas o cosa por la que esos lagrimones resbalan por nuestras mejillas, sonrojadas, no va a cambiar. Simplemente lo hacemos, lloramos. Suele ser inevitable.

No siempre lloramos por nuestra culpa. No siempre es porque hemos hecho algo mal. Lo que sí es seguro, es que siempre que lloramos, varias lágrimas resbalan por nuestras mejillas como si de una carrera se tratase.

Hay otra cosa que también es cierta, que independiente de por qué se llore, hay que intentar sacar siempre una sonrisa, aunque cueste. De esta forma será más fácil olvidar el porqué de nuestras lágrimas.